Sanguijuelas en Khao Sok

Contacto con la naturaleza. Eso es lo que tenés si venís a Khao Sok.
Y no viene nada mal cuando el próximo destino es la bulliciosa Bangkok.
Algunos datos interesantes: el parque se creó en 1980. Solo dos años después, se construyó un lago de, nada más que, 165 kms² como represa hidroeléctrica. Hoy en día alimenta a todo el sur de Tailandia.

Se dice que la selva es aún más antigua y con más diversidad que la selva amazónica. En los años 70 las empresas de explotación forestal dieron rienda suelta a su actividad en Tailandia. Al mismo tiempo que muchos jóvenes se sumaban a grupos comunistas para reformar el país, y se escondian en las cuevas de la selva en cuanto las cosas se vieron complicadas con los militares. Lo cual, se dice, favoreció a la conservación de la flora y la fauna del parque.
Todo eso es parte del atractivo del parque, de una u otra forma.
Contratamos un tour para visitar una parte de todo esto, traicionando nuestra doctrina de no hacer tours. Durante una hora atravesamos el lago en un bote de cola larga a motor. Esquivando árboles pelados que quedaron bajo el agua, y sin movernos para no desequilibrar el peso del bote. A la vuelta de una montaña: diez cabañas de paja flotando sobre el lago eran nuestro lugar de almuerzo. E incluso sobraban unos minutos para hacer kayak, si se quería. 


Salteando la hora de la siesta, salimos en grupo a hacer un trekking por la selva, terminando por una cueva llena de arañas y murciélagos. La gracia del tour era terminar con el agua hasta el cuello para poder avanzar. Toda una aventura.
Tuvimos que confesar que a veces no está mal dejarse llevar por un guía, que te lleva la cámara cuando te vas a mojar hasta las orejas.
Entre pitos y flautas, el chiste duró todo el día y nos consumió todas las energías.
Para completar nuestra visita a Khao Sok, al día siguiente hicimos un trekking por nuestra cuenta. Trepando por las raíces de los árboles. Escapando de las sanguijuelas equilibristas que para avanzar se ponen en posición vertical, bajan, se vuelven a parar y muy ágilmente se te pegan en el tobillo. Refrescandonos en el río. Comiendo ananá en palito, que felíz sería si vendieran fruta cortada en las calles porteñas. Otro día de aventura y calor húmedo, no sabíamos si transpirabamos o era la húmedad en el cuerpo. 

 



El resto de nuestras horas las pasamos caminando el pueblo de unas pocas cuadras de largo, y comiendo en nuestro local, barato y rico, de turno. El hombre de casa, andaba siempre alrededor con una beba de ojos enormes en brazos, mientras dos mujeres, suponemos su mujer y su cuñada, se ocupaban del negocio, y dos niños revoloteaban por ahí, o trataban de robarse mi hamburguesa. Después de algunas comidas, se reían cuando nos veían llegar. Vínculos pasajeros que te alegran la estadía.


4 comentarios:

  1. Gracias por compartir este blog Maria! Genial y realmente fascinada con todas las fotos!! Y tus relatos. Lo que no entendi es lo de meterse en el agua hasta el cuello.....? como fue la cosa.
    Un abrazote

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    1. Literalmente: meternos con el agua hasta el cuello!
      El nivel del agua iba subiendo y era el único camino...
      Gracias por el aguante.

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  2. Me encantó este post. Como comentan otros lectores, te transporta al mismo viaje. Veo que te hiciste habitué de la siesta, querida amiga (la siesta y vos)Increible las cabañas sobre el agua. Dan ganas de un almuerzo ahi. Abrazo y beso!

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