Llegamos a
Sapa en medio de la bruma, que a lo largo de las horas se fue
haciendo más espesa.
Tan tan espesa que mojaba. Visibilidad cero. A quince metros las
personas eran solo siluetas.
Eso, sumado al
frío habitual por la altura, no ayudaron para nada al resfrío que
me traje de souvenir de Ha Noi.
La característica principal de Sapa
son las plantaciones aterrazadas de arroz en las montañas. Y las
comunidades minoratarias que viven en pueblitos alrededor. De hecho se distribuyen en la región norte de Vietnam, Laos y Tailandia. Acá pudimos ver a los Black Hmong, que se distinguen del resto por sus típicos vestidos negros: medias ¾,
pollera y chaleco largo, todo negro, con algunos bordados de
colores. No es raro ver a las mujeres con las manos verdes por haber
estado tiñendo las piezas.
La sorpresa es el
nivel de inglés que tienen (Aparentemente colaboraron con Estados
Unidos durante la guerra). Sin problema para
comunicarse, se van a acercar y te van a hacer las preguntas de rutina: "¿De dónde sos ?
¿Cómo te llamás ? ¿Cuántos años tenés?" sin saltearse ninguna. Para
después pasar a ofrecerte una visita a su pueblo y/o que les
compres alguno de los productos que hacen.
Si no querés nada ahora,
te van a pedir que te acuerdes de su cara para comprarles más
tarde. A lo largo del día van a seguir apareciendo cuál DROOPY, en
el mercado, esperando afuera del café donde te sentaste a tomar un
té con miel y limón, por atrás de una nueva vendedora que te hace
las preguntas iniciatorias...
Hasta que no dejás en
claro que NO vas a comprar nada, no dejan de seguirte y decirte con
una gran sonrisa cada vez que te ven: "Remember me eh!
Remember me"
Es simpático al
principio, responder al interrogatorio, y que mientras caminás se
vayan sumando más vendedoras silenciosas a la procesión. Cuando te
das vuelta, tenés a cinco mujeres que te sonríen graciosamente.
Te
ganan por su simpatía, eso no se puede negar.
Las opciones para visitar
los pueblos son: con un tour: ida caminando y vuelta en auto; con un
local: caminando hasta el pueblo, durmiendo en su casa y vuelta
caminando al día siguiente; o en moto parando donde querés y cuándo querés. Nosotros
elegimos esta última. De cualquier forma que elijas hay que pagar
una entrada al principio de la ruta hacia las aldeas, que lo hace
sentir un poco zoológico. Y siempre surge la pregunta sobre si el
turismo los ayuda a sobrevivir, les hace perder autenticidad, o ambas cosas. Me inclino más por esta opción. Después de unos cuántos kilómetros de una ruta una tanto difícil a veces, y bajando la aún más difícil cuesta de piedras, entramos al pueblo recibidos por un montón de nenas vendiendo pulseritas. La pulsera de la culpa le llamamos, porque todos terminamos con una después de ver con cuanta perseverancia, dedicación y respeto hacen su trabajo. Incluso si hace falta atravesar todo el pueblo, siguiendote en silencio unos metros más atrás para vender, lo harán sin importar la edad. No me pude resistir. Adentro la pulsera de la culpa.
Ahí estábamos
nosotros, espectadores pasajeros de esta gente que vive en las
montañas y
El último día fue
brumoso y lluvioso. Agradecimos no haber ido al pueblo caminando con
el español que nos ofreció acoplarnos con su guía local. Usamos la
lluvia y mi gripe como excusa para pasar más tiempo del permitido
en la cama, y salimos solo para comer.
Fue lindo volver al
invierno por dos días, para abrigarse, dormir más, tomar sopa, y
desear que nunca más llegue la hora de volver a vivirlo entero otra
vez.
Mauau , me imagino la escena, de las mujeres de negro silenciosas en peregrinacion apilando y apilando culpa.Me parece verlas atras mio.
ResponderEliminarGenia Maria.