Chau Vietnam, Hola Laos

Y pasó un mes en Vietnam. Los primeros días en Ho Chi Minh parecen tan lejos. Se cambia de escenario tan rápido que a veces parecen un sueño los recuerdos de lugares pasados.
Parece un sueño la visita a Cuchi tunnels y el ruido ensordecedor de las balas que se tiran por diversión.
Parece un sueño que nos echaran de un bar por ocupar dos sillas para consumir una sola cerveza. Parece un sueño los chicos remontando barriletes en las dunas de Mui Né. Parece un sueño Mickey Mouse en el valle del amor de Da Lat. Parece un sueño quedarme sin cámara en Hué. Parece un sueño las luces de colores en la noche de Hoi An. Parece un sueño que nos regalen plata en un templo de Ninh Binh. Parece un sueño dormir en un barco en medio de la Bahía de Ha Long. Parece un sueño la calle del bamboo en Ha Noi. Parece un sueño la gente a través de la bruma en Sa Pa.
Bueno, quizás más por la bruma que por la lejanía...
Pero las fotos me dicen que todo eso fue real. 
Nuestra visita real a Vietnam terminó en las montañas con los Hmong. Pero todavía quedaba la última ciudad que pisaríamos de Vietnam, para cruzar la frontera más tarde. Llegamos a las 6:30 de la mañana después de una larga noche sin dormir, y decidimos no tomar el minibus superpoblado que salía enseguida hacia Laos, pero esperar a la mañana siguiente con las energías recargadas y el humor recuperado. Dien Bien Phu no es más que la ciudad de paso. Y no hay, más que nosotros, quien se atreva a visitarla. 
Su mayor hazaña, y no es poca cosa, es haber sido escenario para vencer a los franceses en la última batalla por la independencia. Y ahí está, escaleras arriba, la estatua de la victoria. Lo mejor que nos pasó fue el amanecer en el monumento, antes de ir a la cama.

  
El día no fue mucho más que eso, ni pretendía serlo. Intentamos conocer un poco más sobre la batalla, pero después de caminar bajo el sol rajante durante un rato, nos encontramos con el sitio histórico cerrado. Lo intentamos y fallamos. Para sumar a la frustración y la culpa por estar perdiendo el tiempo ahí, caminando por la calle un hombre de avanzada edad le pegó a Olivier, y siguió su camino. Posiblemente afectado por la batalla adquirió la capacidad de reconocer a los compatriotas de sus antiguos colonizadores. 
Dien Bien Phu está bien como está de ciudad de paso. A las 5:30 del día siguiente estábamos listos para cambiar de país. De la multitud de motos de Vietnam al ritmo lento de Laos. 
Primera parada: Muang Khua. Pequeño pueblo de calles de tierra y hospedajes sobre el río, cuesta abajo. Un gran puente de tablones de madera une las dos partes del pueblo separadas por el río. Tablones que cuando las motos les pasan por arriba, me recuerdan al ruido del subte al pasar. 



Pasamos solo una noche ahí, pero fue suficiente para sumergirnos de lleno en el ritmo laosiano. Nos habían advertido que acá la gente se toma su tiempo. Y quedó demostrado con el almuerzo inaugural, donde nos dejaron el menú, veinte minutos después tuvimos que ir a buscar a alguien para pedir, y más tarde interrumpir la novela para pedir la  cuenta. Bienvenidos a Laos.
A día siguiente, otra mañana de empezar con la mochila puesta rumbo a Muang Ngoi. 
La opción recomendada es el bote de cola larga, y ahí fuimos. Bote angosto con tablas de madera a ambos largos a modo de asiento. Y el agua tan cerca nuestro, que casi nos sentíamos en la montaña rusa cuando chocábamos con correntadas de agua. Una aventura rodeados de naturaleza, búfalos refrescándose con el agua hasta el cuello, y unos pocos pueblos al costado del río. 
Tres horas después, con la cola chata, llegamos al paraíso. Escaleras arriba desde el río, entramos al pueblo.


Calles de tierra, mujeres lavando la ropa en la orilla, chicos jugando con cámaras de ruedas, vecinos charlando en la puerta de casa, brochetas asándose en una parrilla portátil, cada tanto alguna moto... esa es la vida en Muang Ngoi. 


 Y si todo esto no parecía lo suficientemente relajado, unos kilómetros de caminata cruzando campos desiertos, búfalos en el agua y miles de mariposas blancas volándonos alrededor,  llegamos a otro pueblo aún más desolado, sin turistas más que una pareja de jóvenes alemanes durmiendo ahí.
Sin el lujo de las tres horas de electricidad con las que gozábamos nosotros, con duchas comunitarias en el arroyo, con jabalíes, patos y gallinas andando libremente. Tan libremente que no pudimos comer nada de eso porque los patos estaban en el río y las gallinas no se dejaban agarrar. Ahí es donde reflexionamos un poco sobre la comida que nos llega a la mesa. Estuvimos bien con el plato vegetariano del día. Si el pato está en el río, el pato está en el río. 
Pasamos un simpático día de mucho calor en compañía de los alemanes, que nos cayeron bien por resignar la comodidad del ventilador de 18:00 a 21:00 y el baño privado, por vivir con apertura y una sonrisa la vida de los locales, aunque sea por dos días. 
Pasando el pueblo, fuimos los cuatro en busca de una supuesta cascada que: o no encontramos, o no se merecía tal nombre. Como siempre, la cascada era una excusa, el camino era lo importante. Un camino que no se dejó reconocer fácilmente y con cientos de sangijuelas que no tardaban en trepar a nuestros tobillos. Tanto así, que una logró escabullirse bajo mi media durante horas quedando gorda y borracha de tanta sangre que me sacó, bastarda. Con o sin sanguijuelas, el camino no dejaba de ser muy agradable, protegidos del sol por los árboles y siguiendo el camino del agua, desde afuera o desde adentro. 



El día terminó más rapido de lo previsto. Vuelta al tiempo que el sol perfectamente redondo y naranja, se iba entre las montañas. Desinfectante para herida de sangijuela. Cena en fantástico buffet vegetariano. Y descanso disfrutando de la media hora de electricidad que quedó del día. 
Bien podríamos habernos quedado otros días más viviendo esta vida fácil, si no tuvieramos los días contados para el vuelo a Francia.
Se acerca el fin...

1 comentario:

  1. que maravilla y vas camino a Tailandia nuevamente.
    Te mando un beso grande y espero foto con cirugia.
    Besos

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