Monjes en Luang Prabang

Ciudad colonial con centro en la península que forman el Río Mekong y el Nam Khane.
Hoteles y restaurantes con mesas sobre el río me hicieron querer una costanera así en Buenos Aires. 
Lo diferente es que en todos estos edificios bajos con entradas amplias, hay negocios bien puestos para occidentales. 
Desde un clásico local de arte-souvenirs hasta coquetos cafés con sillones y buena respostería.
Pero si sos de los que escapan de este tipo de consumo, como nosotros, también se pueden encontrar los preciados puestos de sandwiches y jugos en la  calle. El almuerzo nuestro de cada día. A la noche, mejor aún, los buffets son la elección por excelencia. 
Por 10.000 kips (U$S 1,25) te servís todo lo que entre en tu plato, pudiendo elegir entre una docena de platos diferentes, todo vegetariano. 


 Me reservé para la última noche el puesto que descubrimos después de arrmeter contra el de brochetas asadas. Si no hubiera sido víctima de algo en mal estado en mi sandwich del mediodía (según creo), hubiera disfrutado del placer culinario en cantidad y variedad. En cambio tuve el privilegio de arroz hervido y sprite. 
Pero Luang Prabang, aunque mayoritariamente, no fue sólo comer bien. 
Además vimos la procesión de monjes saliendo en búsqueda de la comida del día a las 6:00.
Ellos rezan por toda la comunidad, la comunidad coolabora con comida. Un intercambio, a mi parecer, interesante. No solo entre los que dan y los que reciben. Si no también entre los vendedores que muy ágilmente se ubican en el foco del asunto tratando de hacer participar a los turistas. Normalmente es un acto de conviccion personal el elegir ser parte de la entrega de comida. Los que lo hacen se sientan o arrodillan, en un acto de humildad y respeto, y ponen en los contenedores que cada monje lleva, una pequeña porción de lo que ofrecen.
Al final de la fila, se suman chicos pidiendo un poco de la comida que los monjes acaban de recibir. 



Los turistas estamos autorizados a compartir el momento, sin meternos en el cammino de los monjes o acercarnos demasiado para ver quien consigue la mejor foto. Entre mi buena conducta para con esta norma y la luz ingrata de la mañana, claramente yo no soy la ganadora.


Las cascadas de agua turquesa suelen ser más generosas. Montados en la moto recorrimos los 30 kms que nos separaban, siendo víctimas ocasionales de las previas del festival de agua que se acerca. Los chicos se preparan y calientan las pistolas y baldes de agua al costado del camino, esperando a las víictima sin salida. 
Con unas gotas encima llegamos a las cascadas, que por fin, se merecen el nombre. Caímos muchas veces en la trampa de "cascadas" que por tener un poco de agua deslizándose de arriba hacia abajo, ya le adjudican el nombre. 
Pero esta, con su caída siguiendo su camino atravezando varias terrazas de agua, donde se podía nadar, valía la pena. 


Aún siendo el agua helada, la gente (que no me incluye) se tiraba de lleno. A mi déjenme con la cámara y la comida (mientras no esté vomitando).
Me gustó la convivencia de los elementos en Luang Prabang.
Templos y mercados, cafés y buffets, ríos y puentes, monjes y turistas...


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